Observar los preceptos

El budismo suele percibirse como una religión gobernada por estrictas reglas de autodisciplina. El practicante ideal es visto como alguien que soporta grandes austeridades. Ciertamente, en la primera Orden Budista, se desarrollaron elaboradas reglas de conducta diaria para los monjes y las monjas que habían tomado los votos y se habían comprometido con una vida monástica. Había 250 reglas para los hombres y como un reflejo de los prejuicios sociales de la época 500 para las mujeres. Estas normas regulaban cosas tales como la dieta, las horas para caminar y dormir, y alentaban una vida diaria saludable y bien regulada. En muchas tradiciones budistas, estas reglas conservan gran importancia.
En su sentido original, sin embargo, los preceptos indican las normas básicas del comportamiento humano al cual, de manera natural, aspiran todas las personas. Las más fundamentales de estas fueron formuladas como los "cinco preceptos": (1) no matar; (2) no robar; (3) no involucrarse en mala conducta sexual; (4) no mentir; y (5) no beber bebidas alcohólicas. Aun cuando han sido expuestas como reglas, en lugar de simplemente impedir ciertos actos, la meta de estas guías de conducta siempre ha sido la de alentar una vida interior más rica y de mayor reflexión personal, con el fin de establecer las condiciones para una práctica religiosa orientada a la búsqueda de la iluminación.
La tradición mahayana siempre ha recalcado un enfoque flexible para los preceptos. La estricta observancia de los preceptos, como restricciones en el comportamiento, ha sido suplantada por el ideal de la misericordiosa práctica del bodhisattva las acciones automotivadas de creyentes laicos plenamente integrados a la vida social de su comunidad que alivian el sufrimiento y contribuyen con el bienestar de los integrantes de esa comunidad. De esta manera, la aplicación específica de los preceptos es guiada por los tiempos y la localidad. Cuando, por ejemplo, el presidente de la SGI , Daisaku Ikeda, viajó por primera vez fuera del Japón, escandalizó a algunos de sus acompañantes japoneses, miembros de la Soka Gakkai , cuando les dijo que estaba bien y que era natural que los miembros hawaianos asistieran a las reuniones vestidos con ropa casual y que, para orar, se sentaran en sillas, en lugar de arrodillarse sobre el piso como era la práctica japonesa. Este enfoque expresa respeto por la diversidad de las culturas humanas.
Posteriormente, todos los preceptos llegaron a ser reemplazados por lo que se conoce como el precepto del "cáliz de diamante". Éste es un precepto que como su nombre lo indica es imposible de romper. Para las diferentes escuelas budistas, esto a menudo significó un sincero compromiso con un sutra o enseñanza particular. El compromiso de los practicantes del budismo de Nichiren con el Sutra del loto puede ser interpretado, en términos contemporáneos, como la determinación a mantener la fe en las capacidades fundamentalmente positivas que todos poseemos y que todos poseen y a hacer esfuerzos consistentes para que estas capacidades se manifiesten. Desde la perspectiva del budismo de Nichiren, nuestras posibilidades más elevadas la ilimitada capacidad para la sabiduría, la misericordia y el coraje que se conocen como Budeidad son tan indestructibles como un cáliz de diamante. Estas capacidades pueden ser oscurecidas por nuestra propia ignorancia acerca de ellas, por la conducta autodestructiva que surge de esa ignorancia, o por su consecuente desesperación pero ellas nunca desaparecen. Ésta es la esencia del mensaje del Sutra del loto.
Al despertar desde adentro a un firme sentido de la inviolable dignidad de la vida que se refuerza a través de la práctica budista diaria, nuestra conducta, de manera natural, llega a reflejar esta convicción. A medida que esto ocurre, nos distanciamos de actos que degradarían nuestra propia humanidad y la de los demás. Las experiencias de muchos miembros de la SGI del mundo entero demuestran la validez de esta fórmula. Personas previamente atrapadas en ciclos de comportamiento como el consumo de drogas, las conductas sexuales irresponsables, la violencia, o la falta de respeto hacia sí mismas lo cual es menos dramático pero no menos destructivo se reconectan con un genuino sentido de su propia dignidad interior. Conforme se afianza esta toma de conciencia, también se comprende que la misma dignidad inherente yace en la vida de las demás personas. Sin tener que hacer un esfuerzo consciente por seguir determinadas reglas de conducta, la determinación de poner en acción el respeto a la dignidad de la vida conduce a un modo de vivir que concuerda con los ideales expresados en los preceptos.

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